dimecres, 27 de juliol del 2022

II


Biniancolla. Fotografia: Empar Sáez


II

Se movían
las ramas. Se movían
las sombras
tumbada bocarriba feliz sobre la tierra bajo
las encinas. El olor
de la hierba. Las traía
la brisa
        -algunas flores
blancas
amarillas moradas a veces en el plano
de visión-. Y el tiempo se hizo
tres. Se hizo tres
mi cerebro
-cuánto
me asombraba
de niña
la imagen de Moisés dividiendo las aguas.
Pensaba en los cangrejos los erizos.
Pensaba en tanta gente atravesando
tropezando sus pies.
Pensaba aquellos muros a punto de cerrarse
sobre sus cabezas.
Pensaba en esos muros.
Moviéndose.
De agua.
Y en la ausencia
del Sol
       el brillo
de su carro 
fulgurando tan lejos-. Y con qué
claridad
-os decía-
se hizo tres mi cerebro. Exactamente
como
si el mar se hubiera abierto en tres mitades. Una
era yo
de pequeña sintiendo 
-olfato vista
tacto-
primavera tardía aire tibio el campo
de mi tierra el mundo suspendido en la
contemplación.
La otra era yo en aquel momento. La misma
plenitud. Igual 
felicidad.
          La tercera
llegó
con una lacerante
nitidez: el recuerdo
-o, mejor,
la conciencia-
de haber sentido
entonces
con más intensidad
-serás tú, intensidad,
la palabra que busco?-. La tercera era yo
añorando mis ojos
el olfato mi tacto
añorando ese yo que sentía ese campo sintiéndose
partícipe
de toda esa belleza. Perfectamente pude
sentir
-¿o recordar?-
cómo sentía. Perfectamente
pude
darme cuenta. Y me vi
desde arriba
            -un plano
cenital
una mujer 
tumbada-.
         Una Eva en el 
paraíso expulsada. El agua
de sus lágrimas
bajando por
las sienes. Empapando
su pelo. Un plano
cenital una mujer

saliéndose del mundo.



Ada Salas, Arqueologías
Editorial Pre-textos, 2022

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