Begur. Fotografia: Empar Sáez |
Y ahí estoy, acostado en la litera, medio muerto, y siento que en mí sólo queda viva mi fe: la historia de los hombres es la historia de la libertad, de la más pequeña a la más grande; la historia de toda la vida, desde la ameba hasta el género humano, es la historia de la libertad, es el paso de una libertad menor a otra libertad mayor; que la vida en sí misma es libertad. Esa fe me da fuerzas, palpo la preciosa, espléndida, luminosa idea escondida en mis andrajos carcelarios: «Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil».
Y Alekséi Samóilovich me escucha a mí, medio muerto, y me dice:
—La tuya es una mentira confortante; la historia de la vida no es más que una historia de invencible violencia, eterna e indestructible, que se transforma pero no desaparece ni disminuye. La palabra «historia» es una invención de los hombres: la historia no existe, la historia es como moler agua en un mortero, el hombre no evoluciona de lo ínfimo a lo supremo, el hombre está inmóvil como un bloque de granito; su bondad, su inteligencia, su libertad son inamovibles; lo humano no crece en el hombre. ¿Qué clase de historia es la del hombre si su bondad no puede crecer?
Vasili Grossman, Todo fluye
Traducció de Marta Rebón
Galaxia Gutenberg, 2008
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