Biniancolla. Fotografia: Empar Sáez
II
Se movían las ramas. Se movían las sombras tumbada bocarriba feliz sobre la tierra bajo las encinas. El olor de la hierba. Las traía la brisa -algunas flores blancas amarillas moradas a veces en el plano de visión-. Y el tiempo se hizo tres. Se hizo tres mi cerebro -cuánto me asombraba de niña la imagen de Moisés dividiendo las aguas. Pensaba en los cangrejos los erizos. Pensaba en tanta gente atravesando tropezando sus pies. Pensaba aquellos muros a punto de cerrarse sobre sus cabezas. Pensaba en esos muros. Moviéndose. De agua. Y en la ausencia del Sol el brillo de su carro fulgurando tan lejos-. Y con qué claridad -os decía- se hizo tres mi cerebro. Exactamente como si el mar se hubiera abierto en tres mitades. Una era yo de pequeña sintiendo -olfato vista tacto- primavera tardía aire tibio el campo de mi tierra el mundo suspendido en la contemplación. La otra era yo en aquel momento. La misma plenitud. Igual felicidad. La tercera llegó con una lacerante nitidez: el recuerdo -o, mejor, la conciencia- de haber sentido entonces con más intensidad -serás tú, intensidad, la palabra que busco?-. La tercera era yo añorando mis ojos el olfato mi tacto añorando ese yo que sentía ese campo sintiéndose partícipe de toda esa belleza. Perfectamente pude sentir -¿o recordar?- cómo sentía. Perfectamente pude darme cuenta. Y me vi desde arriba -un plano cenital una mujer tumbada-. Una Eva en el paraíso expulsada. El agua de sus lágrimas bajando por las sienes. Empapando su pelo. Un plano cenital una mujer
saliéndose del mundo.
Ada Salas, Arqueologías Editorial Pre-textos, 2022
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